lunes, 29 de octubre de 2012

MEMORIA DE LA ISLA DE SACRISTÍA, 1.


 


La joven señorita Adela apartó levemente la suave cortina de terciopelo rojo cuando intuyó que la luz del sol había declinado en el lado norte del jardín. El cosquilleo de la tela en la punta de los dedos le hizo pensar en una legión de hormigas paseando su negra inconsciencia entre sus dedos blancos. ContemplÓ durante un instante al brusco jardinero que descansaba su sudor apoyado en la suave corteza del olmo junto a la fuente. Las hojas amontonadas a sus pies se arracimaban como nubes verdes bajo un ángel de postal. La joven señorita Adela sentía la saliva en la boca y una ligera presión en sus ingles perfumadas de lavanda. Lógicamente, como propio de una señorita de su categoría, censuró el torso descubierto del brusco jardinero. Dejó caer la cortina y la habitación se iluminó de sombras. Bajó levemente los párpados teñidos de vainilla. Pensó que debía volver a su labor y avanzar en el delicado encaje que tejía hacía ya varias semanas. Luego pensó en el encaje enredado en el glande del brusco jardinero. Finalmente decidió inclinar la cabeza hacia un lado, alabear los labios en una ligera sonrisa y dejarse llevar por la corriente de una perezosa vacuidad.

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